Marek Hłasko: EL OCTAVO DÍA DE LA SEMANA


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He de confesar que soy un adicto al café. Reflexionando sobre mi adicción, he llegado a la conclusión de que existen básicamente dos tipos de café: el primer tipo, que puedo comprar en el supermercado de mi barrio; el otro, que sólo puedo conseguir en una tienda especializada, que está a 30 kilómetros de casa.

El del primer tipo además de ser más accesible por distancia, lo es también por su agradable sabor “común”. Es un sabor perfectamente identificable…, olor, textura del molido… cómo intercambiable en cuánto a marcas se refiere. Es el café diario, el que aporta la “dosis” de cafeína sin más pretensiones.

Por otro lado está el otro, el que he catalogado como segundo tipo. Siempre en grano, su sabor está directamente relacionado con su origen, no es intercambiable. Exige un esfuerzo adicional, hay que molerlo, pero permite disfrutar del hecho de tomar café desde el mismo momento en el que el aroma se escurre del molinillo. Aporta la “dosis” de cafeína sublime, excelsa.

Para comprar el primero, rara vez necesito consejo de los trabajadores del centro y me dejo guiar por la publicidad, la colocación en el lineal…, y cómo no, por el precio. En cambio, cuando compro para satisfacer la “dosis” sublime, suelo dejarme guiar por el vendedor, o vendedora, que conoce lo que vende, porque entre otras muchas cosas, únicamente vende café.

Con “El Octavo Día de la Semana” me pasa como con el café sublime. Sólo es posible encontrarlo en una “tienda especializada”, dejándose guiar por un “vendedor”. En mi caso, La Librería de Javier y Javier respectivamente.

Es un trago bien amargo el que nos hace beber Marek Hłasko (léase “Juasko”). Cómo el buen café, no viene suavizado con leche, endulzado con azúcar, ni mucho menos sacarina.

En sus cuentos pululan cobardes de todo tipo, personajes derrotados de una triste Varsovia de mediados de los 50. La cotidianeidad anodina en la que se mueven, ha acabado con los sueños de toda una nación. Todos iguales, pero igualando a la baja, en la mediocridad.

Fracaso social, deseos no satisfechos, vodka, mujeres… mujeres, que en la mayoría de los relatos, son cosificadas, y “consideradas aún más baratas que el Vodka”.

Una realidad tan cercana que duele, trasciende el papel (demasiado reconocible para alguien que haya vivido en Polonia y que aún hoy en día, se deja entrever en el carácter de sus gentes).

De entre los cuentos, destaca el que da nombre al libro. Las frases que utiliza para describir  la situación social,  son auténticos derechazos, directos al mentón. En boca de Grzegorz (alter ego de Hłasko en el cuento):
“… Ante cualquier buen sentimiento humano hay que arrodillarse como ante una reliquia, como ante una estrella. Protegerlo, transportarlo como una luz. Y, si sólo queda de él un rescoldo, soplar hasta quedarnos sin aliento. Estamos en el siglo XX, Agniezska: Isolda vive en un burdel, y Tristán bebe en un rincón, en compañía de unos proxenetas. Hoy la gente no tiene tiempo para sentimientos elevados; se levantan temprano, sorben ruidosamente sus cuencos de sopa en cantinas, se apiñan en los tranvías, compran a plazos muebles birriosos en los grandes almacenes […] La vida no nos ofrece ninguna garantía de cara al futuro. Cada vez que alguien dice: “Déjalo, en unos años cambiarán las cosas”, habría que escupirle a la cara …”
Descripciones duras que se suavizan, cuando vivimos “instantes” personales de la protagonista del cuento, Agniezska:
“El cielo miraba a los ojos de Agniezska con sus dos caras: la verdadera y la de los charcos; en ambas, las estrellas eran pequeñas, irreales”. 
“El aire se había vuelto tan puro como el aliento de un niño. La calle aún no dormía”
Interesante colección de cuentos, a ratos tan duros que hacen apartar la vista de la lectura y considerar lo jodido que puede llegar a ser el momento narrado. Si fueras un personaje de Hłasko y lanzarás una moneda al aire, siempre saldría cruz.

Como al finalizar un buen café, uno “especial”, me ha quedado un amargor intenso, del que se masca, en la boca. 

Duro, intenso, profundo. El próximo deberá ser una lectura amable, necesito un café "común".

Saludos ligeramente desenfocados



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