Juan Manuel Gil: MI PADRE Y YO UN WESTERN

Crítica literaria de este libro, en La Librería de Javier

Como ya he comentado en alguna otra ocasión (puedes leer aquí mi tesis sobre el café "común", y el café "sublime"), hay libros a los que únicamente se llega porque tú librero de cabecera ha perdido precisamente eso, la cabeza, y se ha encargado de apostar y promocionar una tacita de café "sublime".

De mi etapa de sociólogo, breve pero intensa (más duró el licenciarme, pero eso es otra historia), me ha quedado cierto "conflicto interior" entre lo cualitativo y lo cuantitativo. ¿Tiene sentido comprar un disco de Keith Jarret con cuatro canciones?, ¿un libro de poesía de Jose Hierro con 60 páginas?. 

Algunos pensarán: "Ya que me gasto el dinero que al menos cunda". ¡Venga discos dobles o triples!, ¡venga novelas de 600 o 700 páginas!. Lo siento por ellos, al seguir un criterio puramente cuantitativo se podrán llevar, en numerosas ocasiones, una buena ración de mierda en doble, o triple cd y unas estupendas hojas para quemar en la chimenea, de ser el afortunado poseedor de una de ellas (con todos los respetos hacia los artistas, vaya por delante, o por detrás según se mire). 

Después de haberme desenmascarado huelga decir que mi criterio, - o ausencia de criterio no lo niego -,  es puramente cualitativo. Y ahí es donde encaja este libro.

Al igual que el autor, recuerdo veranos en los que mi padre no paraba de leer esas novelas escritas, a veinte o treinta manos, por un tal Marcial Lafuente Estefanía (si has visto alguno de estas novelitas advertirás que la portada de este libro es un homenaje a las mismas), dónde el más rápido en desenfundar era de los buenos, el caballo del malo era el que menos corría y el protagonista, siempre, terminaba con la más bella del lugar.

Pero a diferencia de Juan Manuel Gil y su padre, nosotros no supimos llevar las diferencias generacionales de un modo irónico e intrascendente. Nos faltó el toque andaluz, socarrón y relativo. Nos sobró el toque castellano, adusto y frío (para ser sinceros, el tiempo nos va regalando ese toque andaluz que socava al castellano, afortunadamente).

Creo que no debería mencionar que este libro que voy a regalar a mi padre ya ha sido leído (no me deja en muy buena posición), pero no he podido evitarlo. Y aún ahora, la sonrisa todavía me acompaña al escribir estas líneas en los Apartamentos Cracovia. 

Una tacita de café "sublime", para degustar en el Día del Padre. 

                        "Mi padre: Juan, vamos a hacer un ERE en la familia. 
                         Quiero que sepas que a mí me duele más que a tí"

                       "Mi padre: Verde que te quiero verde.
                       Yo: ¿Qué dices? ¿Qué haces?
                      Mi padre: Pues así tú todo el rato"

Abstenerse compradores al peso.

Saludos ligeramente desenfocados


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