Roy Lewis: POR QUÉ ME COMÍ A MI PADRE


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Parábola de Roy Lewis, acerca de cómo llegar a la conclusión de que el afán de superación, la curiosidad, la necesidad de crear y compartir el conocimiento, la promesa de que el mayor bien debería ser siempre para el mayor número, se convirtió en un problema para la integridad de la horda primigenia.

En clave de humor, alardeando de una fina ironía e ingenio, el autor desgrana uno a uno los males de nuestro tiempo.  Y para ello utiliza, narrativamente hablando, tres personajes principales. 

El tío Vaina, que ve un peligro constante en todos los avances que hace Edward. El propio Edward, adalid de la fe en el progreso y en el futuro “hombre”. Y por último, su hijo Ernest, que únicamente concibe ese progreso de manera utilitaria, en provecho propio y de su horda.

Iglesia, Ciencia y Capitalismo.

Hay algunos fragmentos realmente inolvidables, -como los capítulos en los que se describe el descubrimiento del amor y del flirteo-, pero si tuviera que elegir uno a modo de ejemplo, sería ese en el que Edward castiga a uno sus hijos porque no ha sido capaz de relacionar un día lluvioso, con la desaparición de una pintura rupestre en la pared…
 “– Ernest, hijo – repuso –. Con una mente tan sutil como la tuya llegarás lejos. Demasiado, seguramente. Vete a tallar sílex hasta que te diga que puedes dejarlo. Hay que tener cuidado de que no se te caliente demasiado el cerebro.  Una labor aburridísima y repetitiva para un intelectual. Y tardé mucho, mucho en ser liberado”.

Vivimos una época de Ernest y Vanias. Consolémonos, nada es eterno.
Altamente recomendable.

Saludos ligeramente desenfocados.



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