Carlos del Amor: LA VIDA A VECES
Alambicar (de alambique). En la segunda acepción de
la Real Academia Española, “examinar
atentamente una palabra, un escrito, una acción, etc., hasta apurar su
verdadero sentido, mérito o utilidad”.
Siendo un enamorado de la literatura en papel, de
entre las distintas posibilidades a la hora de editar un libro, siento especial
predilección por los de tapa blanda con cubierta.
La cubierta me permite marcar la página en la que
me quedo cuando abandono la lectura, al bajar del vagón de un tren o un metro.
Cuando me sorprendo utilizando la
cubierta de portada más allá del sentido común, el que dicta que a la mitad del
libro abandone la de la portada por la solapa de la contracubierta, esbozo una
sonrisa. Vuelvo a experimentar el pequeño milagro de tocar la felicidad con los
dedos. Escuchar el crujido de las hojas al pasar y paladear, negro sobre
blanco, pequeñas historias cotidianas (esas que te pueden pasar a tí o a mí).
Amor y desamor. Alegría y tristeza. Soledad y
compañía, muerte y vida… Escribía Mario Benedetti que “la vida cotidiana es un
instante, de otro instante que es la vida total del hombre”.
25 instantes de un instante mayor, que es tú/mí vida. Es lo que vas a encontrar si decides adentrarte en las páginas de esta
primera obra de Carlos del Amor.
El autor alambica un cuento tras otro y los reúne,
cual comunidad de vecinos bien avenidos (¿existió alguna vez una?), bajo un
mismo techo: “Espacios”, “Oficios”, “Accidentes”, “Coincidencias” e “Interacciones”.
La suma de ellos, constituye “La vida a veces”.
Han sido días en los que los viajes al trabajo no
han estado marcados por estaciones de tren o paradas de metro. Al coger el
tren, en la parada de “Espacios” me descubría mirando por la ventana. En marcha
de nuevo y ya estaba en los “Oficios”. La última de todas, la de los cuentos que componen “Interacciones”.
A veces ríes, a veces lloras. Hoy pierdes, mañana
ganas. Es la vida, la suma de pequeños instantes.
Gracias Carlos por recordarnos que las cosas
importantes en la vida nunca son cosas. Son instantes. Cotidianas, ¿verdad don
Mario?.
Cierra los ojos y mientras el sonido del piano se va colando por cada orificio de su cuerpo se queda dormido, y en ese sueño recuerda, porque nadie ha demostrado que en los sueños no se pueda recordar, la vez en que le llevaron por primera vez a conocer el hielo.
Saludos ligeramente desenfocados
PD: Si quieres leer la crítica literaria de Javier (La Librería de Javier), pulsa aquí
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